Mientras mi esposa cuida gatos

Estoy yo, merodeando la casa.
Hechas viviendas de los pensamientos, camino así hacia mí misme.

El caminar, mi única herramienta física; aunada al correr, según la cual siento mis pies absorber las energías que sólo los caballos me transmiten sobre ellos. Veo a un hombre haciendo piques; chilillo en mano saliendo de la cantina. "A mí no me gustan los que toman", le digo. "Esos que van colgando del estribo mientras el caballo mete horas de estarle esperando."

"No todos son así", se defiende. La verdad es que yo no sé si le creo, porque todo eso de alguna forma son decisiones. Muchas angustias puestas juntas y un ardor de la efervescencia que recorre sus venas cada vez que ve su voluntad impedida, me imagino. ¿Será eso lo que sienten las personas? Atribuido a "los hombres" niego jamás el nunca sentir de la sangre hirviendo.

Cuando me dicen "puta" o "ramera"

La verdad es que yo siento.
Lo que hago. Lo que digo. Nada de eso implica crecimiento.

El sentir, tal cual otras percepciones y preocupaciones, pasa en un momento. Como la vida, pareciera; porque, aunque aún no he llegado a la mayoría de edad que me catalogan en un taller de teatro musical (dice el rótulo que leí ahora), sí sé percibir que tanto todo aquello que me robó mi padre como lo que dejé perdido en un bar u otro, hoy regresa a mí cuando la muchacha sabe que mejor me da el bowl de aluminio caliente con las dos manos.

Sí, yo me siento con comida como se sienta un gurú a masticar sus actos. Me rodeo de pinturas que me recuerdan que somos todes una misma cosa; tanto el caballo que forcejeamos en cómo lo comprendemos como el gato a quienes algunes matan, pero muches amamos. Yo comparo. ¿Quién se come una vaca cuando tiene un chancho?, por ejemplo. O ¿cómo es que funciona eso de amar al pollo y comérselo al mismo tiempo? Sé que es automático y directo; ¡yo lo tuve durante muchísimo tiempo! Cuando pedí cordero en el hindú para celebrar mis cumpleaños o las fiestas con salchichón y los rezos con bocadillos de carne. Yo viví, también, intensamente cada uno de esos momentos. Fueron parte de mi vida. Y mañana me levanto y busco el pan sin gluten, por ahora; porque la piña de la feria tenía 3 coronas mutadas en una especie de zacate duro, fuerte y expandido rectangularmente. Y a mí me asusta que me pase eso con el veneno de esas siembras que me deje el corazón parecido.

Explotar el corazón no es lo que me importa.

La falta de tranquilidad mental es la que me agota.


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