Alguien tiene que hacerlo

Llevo días de estar en sana crisis con mi futuro.
Pensar en el futuro inmediatamente significa crisis.
Me roba el presente, el bienestar de estar tranquila, en la casa, haciendo nada o yoga y tratando de llevar mi cuerpo de la obesidad al balance.
Al rato el futuro está cargado de una gordura que promete, pero no fluye sino hasta que llegue desde el presente.
¿Suena enredado, verdad?
Es un pleito entre respirar y dar gracias.
Ya no sé si dar gracias por estar viva.
La muerte es un paso al existir desde otras dimensiones que la gratitud hacia el cuerpo físico que tiene un corazón latiendo y unos pulmones que le nutren me suena más correspondiente con un plan maestro de vida, podría llamarle, que es precisamente el cual me roba el espacio.
No sé cómo se concilie esto desde las religiones.
De hecho, me llama la atención siempre la gente que me pregunta sobre mis creencias.
Que cómo me defino o cómo describiría en lo que creo.
Hace rato solté la religiosidad.
Entre más lo hago, más me conecto con mi espíritu, el cual, comprendo, es una pequeña parte entre todo lo que existe. Es como decir una tercera a quinta parte de lo que me compone.

Hace días de días vengo meditando con ansiedad entre ir a estudiar en Harvard en agosto para sacar una maestría en artes dramáticas o si irme a Uganda y Kenia y ojalá conocer Tanzanía.
Suena a privilegio todo eso, ¿verdad?
Como que yo digo "¡Diay! ¡Qué rico! Que su crisis sea cómo poder ir a yoga, qué hacerse de comer y si va a Harvard o África"
Por ahí es que me cacho, a veces, o hay gente cercana con la cual entablo algunos diálogos virtuales que me lo recuerdan.
Pero ¿sabe qué? Nada de esto viene de un lugar de privilegio.
Esa palabrita hace rato me significa muchísima lucha. "Privilegio"

Porque yo lo que sé es que a mí nadie me mantiene desde que tengo 17. Que los trabajos que he tenido no me los ha dado nadie por patas y que para entrar en un call center no he tenido que tener más que el valor de hacerme daño a mí misma sin poder ir a orinar sin que alguien más me de permiso. Un permiso "especial" le llamaban en uno de mis trabajos, cuando usted usaba más que sus dos "breaks" de 15 y el de 30 para ir a vaciar la vejiga. Es decir, he comido en media hora logrando ir al baño, salir a buscar un zacate, lavarse los dientes y quizás hacer alguna llamada importante. Esa era la gente eficiente, yo creo.

Mi primer carro lo compré con una prima que obtuve de mis propios ahorros y los pagos durante 5 años cada mes se aunaban al pago de una renta por mi propio apartamento, el de la UCR por el monto completo de mi matrícula y alguna que otra cosa que tenía como obligación entre el celular, el súper y seguro el internet de la casa. Amnet, recuerdo. Los mismos que después de años me cobraron hasta el pelo por no haberme cancelado el contrato que pedí que me cerraran y aún así me llevaron a cobro.

Tra - ba - jan - do.

Así es como he llegado adonde estoy, aunque hoy son les tíxs de Jimena los que nos dan casa para que ella pueda ir a su maestría, los que nos prestan el carro para no pagar 10 dólares de tren CADA vez que tenemos que ir a Boston. De ida. Son otros 10 de regreso. O 5 si vamos a media hora a tomar un metro para que salga cuestionablemente más barata la cosa entre el gas y el tiempo. Porque entonces así me siento hoy, frente a la computadora, haciendo toda clase de menjurges para hacer plata para ver...

Di...

Qué.

Para ver qué hago en la vida.

Llevo días de estar en esas.Y resulta divertido pensar que la vida ha dado tantas vueltas en sus próximos 35 que ni siquiera puedo contemplar los años en los que no, en los que le dije chao al ritmo este de oficina y de trabajos por hacer del teatro mi campo de estudio profundo. Y decir que sí, a su vez, a una subvención del estado para poder aceptar la ayuda de mi madre en darme una casa en la cual vivir a cambio de nada más que los daños que le dejo y la posibilidad de abrirme camino en lo que más me gusta. Mi respeto a las mámas que nos hacen eso; expandir para que una abra y aprenda, aunque sea a costo de cosas físicas o más significativas que eso. Ahí sí que radica el verdadero privilegio.


Hace un año (o un poco más) una amiga me decía en su despedida de soltera, como si la hubiese poseído alguna fuerza, que ella necesitaba decirme que alguien tiene que hacer esto. "Alguien tiene que hacerlo" me decía. Entre el lugar, las circunstancias, la energía que ella daba y su estatuto, lo único que recuerdo es pensar, desde entonces, en qué sera "eso." ¿Qué es?, me he preguntado incesantemente. ¿Qué es lo que hay que hacer? y ¿qué es lo que tengo que hacer yo? Porque ése ha sido el viaje mío últimamente. Viajar a manera de encontrar aquello que más beneficia mi existencia en la tierra.

Alguien le llama a eso claramente otro privilegio. Pero discúlpeme, porque los fondos de esos viajes y las cosas que he dejado de lado para hacerlo han salido meramente de mi fuerza de la clase obrera, igualmente. Aunque nací con la (¿des?) dicha de que alguien me pagara para que alemanes controlaran mi jupa en etapas críticas de mi crecimiento, claramente comprendo cómo desde ahí empieza una larga cadena que me distancia de quien se encuentra también en mi misma clase pero gana centavos cogiendo granos de algo o cortando caña para que Ortega se tome su florcita. Es imposible concebir en un solo escrito todo lo que confabula para que estemos en el lugar en el que nos encontramos en cada momento. Lo que sé es que mi hoy en enorme parte ha salido como ha salido porque en algún momento dije "Suficiente" y me metí a Amazon a ver tras un cubículo las operaciones cotidianas que se emiten tras el nombre de Jeff Bezos. Ajá, así de raro como suena. Porque una pensaría que lo bueno viene cuando se deja todo tirado para amarse únicamente y a veces hay cosas que comienzan únicamente tras algunos sacrificios aniquiladores. Así, ahorré gracias a comer tarritos de verduras, frutas o legumbres que compartía con mi esposa mientras odiaba quizás tener que ir a trabajar en vez de poder ir a un ensayo que tanto me urgía. Me apestaba entregar mi ventana de 6am a 3pm en una transnacional que me daba muchísimos privilegios físicos, como el de no tener que preocuparme por la hora en la que tomaba el almuerzo o si iba al baño 3 o 15 veces. No sé si se comprende que el lujo a lo interno de esas casillas también sería cuestionable si lo vemos desde otros ojos. Pero fui, yo creo que hasta con gusto por lo que hacía porque en esta vida no me permito hacer de otra, buscándole lo mejor posible al asunto practicando un idioma que hace años no tocaba, por ejemplo, hasta que saqué ahorros que estiré alrededor de 9 meses. Pretendía durar más, acoplarme más, ganar más plata...Es el ciclo propio de quien se mete en el capitalismo llano. Pero unos meses después también dije "basta" de eso y muchas otras situaciones y vendí casi que todas mis cosas, objetos que he acumulado en años de años gracias a esos salarios que no sabía en qué gastar de mejor forma que complaciéndome con cosas. Como quien trata de equilibrar con un helado en Multiplaza el estrés de una llamada más o una menos en el trabajo. Dejé mi moto y mi gato. Salí de mi casa. Me fui a la tierra. A ver el planeta. Es el lujo, sí, de quien no tiene que cargar con hijxs o deudas o tantísimas otras cosas. Es la necesidad, también, de alguien con miles de ataduras que se dejó jalar tras años de quedarse quieta.


El camino no era claro. Empecé pensando en que ir de San Diego a Vancouver sería el viaje tan reconfortante que, en vez de cosas, me compraba una experiencia. Es eso, al final de cuentas, por lo cual una paga. Pago el derecho a vivir algo. Algo fuera de mi casa, mi barrio, las calles que ya me conocía a ojos cerrados por hacer cada día los mismos tránsitos. Y así conocí gente bellísima. Tan apreciada que me hicieron querer conocer más. 3 meses más. 2 días más. 3 horas. Deme lo que sea por seguir en estas. A veces esas horas no valen nada cuando veo a mi sobrino bailar al Michael Jackson en una sala que me queda a millares de metros de distancia.

Y ahora estoy de nuevo en el tránsito entre la estaticidad física y andar deambulando.

Fui y volví de Europa, Asia y África. ¿Y ahora qué, Angélica? ¿Ahora qué hace usted con eso?

 

Me siento en el zacate mientras oigo ícaros y cantos esperando que entre la alfalfa y la espinaca se aparezca una inspiración divina que me permita encontrar la concordancia. Anoche hacía Savasana tras una clase de shakti que mezcla danza con yoga con un ritmo agitado de cardio y algunas otras cosas.

"My heart is with Kenya," me decía. Siento como que me traiciono a mí misma por compartir lo que viene en momentos tan íntimos. Siento como si necesitara el contrato con lo público para no traicionar mi esperanza. Siento que no sé realmente todo lo que me pasa.

Anoche vine a casa y me escribieron un correo. Que si quiero ir un año a trabajar en un orfanato en los campos al norte de Nairobi.

Creo que tras uno o dos orgasmos finalmente me cayó la cosa. "¡AMOR!" Esto es justo lo que he estado vibrando. Como si la vibración efectivamente fuera un cierto equivalente al deseo.

Y

¿entonces?

¿Qué?

¿Cómo y qué se hace?

Parte de mí dice "es esto". El esto del que me hablaba mi compa amadísima en sus últimos días de soltería civil. Parte de mí dice "pero suave, ¿usted va a vivir sin inodoro y con una cubeta como ducha y lavadora durante 12 meses?" Me pasan las imágenes de las sonrisas de cada niñe que me tiene encantada por el recuerdo físico y del alma. Los abrazos, sus necesidades, los futuros de cada unx de elles. Y en eso se mete también la precariedad de las circunstancias. Saber que el único súper queda a 20 minutos en moto u hora y media en transporte público para comprar galletas y lo más un jugo, quizás, porque el concepto de un buen queque o un pan que no esté como piedra se convierte en un lujo. Que quién sabe, ahí sí, cuándo vea a mis amigues y familia. Que si no llegan a Boston, menos van a llegar a Kenia. Que mi esposa me acompaña porque ella es una diosa, pero también ella tiene que medir sus propias condiciones y posibilidades. Que si no lo hago yo, ¿quién lo hace? ¿Ah? Es facilísimo decir "alguien más, Angie". Ni soy santa ni la única. Pero ¿cuántos de nosotres estamos dispuestxs a dejar Occidente con las camas cómodas, los centros comerciales y una ida al cine de vez en cuando por tratar de ir a ver cómo coños se hace para ponerle PVC a dos techos a ver si puedo siquiera montar una ducha con agua de lluvia, aunque fuera? Como para que puedan bañarse sin tener que cargar sus propios baldes a los 5, 6 o 9 años. Las ideas empiezan a surgir. Los planes rapidísimamente empiezan a operar como matemáticas en mi cerebro. Me llevo una lavadora, veo cómo hago para comprarles Polaroid o una impresora para que tengan las fotos. Puedo hacer un grupo de teatro para que aprendan de eso. ¿Ir exitosamente a la universidad en Kenia les va a resultar considerablemente en una mejora en su calidad de vida? ¿Es ése el plan correcto a largo plazo? ¿Lo hago así o lo hago mejor por otro lado? O, mejor aún, no hago nada del todo. Porque eso sí que resultaría en lo más fácil por muchísimo. En eso recuerdo que aunque el cielo parezca enorme de noche, a veces sólo se ve en esas latitudes a manera de esperanza de que hay algo más en la vida que el arroz y los ocasionales frijoles. ¿Qué es lo mejor que les puedo dar? Como si dar fuera lo único que pasa en esas transacciones.

No puedo ni comenzar con este tema de nuevo.

La mente se hace bolas. El corazón lo tiene claro. Y en el medio hay un montón de consideraciones que, en el mejor de los casos, resulten pura basura. En el peor, la mejor excusa. ¿Excusas, en serio? 

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