Cuando muere la vida como la conocía

Tengo meses de no escribir sobre mí. Parte de mí tiene miedo de hacerlo por aquí ahora. Siento que es mucho lo que me desvelo, y que, en este momento, sería una infinidad de intimidades las que saldrían.

He escrito sobre mí cada semana a la psicóloga. No sé si lo hace con todo mundx, pero a mí me pone a escribir por cada tarea que me deja.

< Tengo semanas seguidas de estar yendo donde la psicóloga. >

Pensé cuando me quedé en Costa Rica entre un viaje y otro que ese proceso sería un paréntesis de echar raíces que me regalaba antes de empacar e irme de nuevo. ¡Poco sabía todo lo que me esperaba!

Transito hoy las calles de Los Yoses con mi gato en un brazo y el sax en el otro. El gato se me devuelve a la casa tras una cuadra larga, apenas cuando empieza a perder la vista de su último punto conocido. Yo, me devuelvo un toque hasta verlo entrar tranquilo al garaje, y sigo.

Mastico lo mucho que no estoy haciendo nada con mis días, podría decirse. Escribo a diario, pero escribo para otres. Escribo a manera de asegurarme un salario, en realidad, para pagar un alquiler de un apartamento que me tuve que conseguir conforme mis planes de viaje se caían uno tras otro - y la pandemia se acercaba cada vez más a mi puerta.

Se fueron alargando las veces que la psicóloga me dice: "¿Cómo quedamos en la agenda, Angie?"

No he querido replicarle a la fecha que su costumbre de cierre me deja impávida. Se suponían que eran 2 meses (8 sesiones) de regresiones y luego estaría en un vuelo camino a Londres para escaparme a la Universidad de Reading a seguirle la pista a Beckett. De ahí a Berlín, pensaba, a ver 3 funciones de Sascha Waltz antes de irme a Wuppertal a sentir un toque de dónde partía Pina. Y de ahí a Roma a visitar a una compa que literalmente me decía que podía quedarme con ella un buen rato, privilegios que llegan pocas veces en la vida. Las ansias eran amplias. ¡Otro pasaje sin ruta fija! Otra salida a cumplirse sueños. Otra forma de andar, porque esa vez también iba sola, cuando aún tenía esposa.

Poco iba a saber que de Waltz vería bailarines por Instagram conforme grababan movimientos en sus salas, que de Londres sólo tendría noticias que la cosa iba cada vez peor cuando pedía consejos a los surfers y que de Roma lo que oiría haría una pequeña asociación directa con recuerdos vagos de una que otra película sobre Mussolini.

Y entonces perdí a mi esposa, la vida como la conocía, y me encuentro en un lugar nuevo, aunque conocido, y sola ahora.

Desde hace exactamente 2 meses, conforme alguna gente celebraba el día del año en que se prenden los puros y pipas de marihuana a las 4:20 de la tarde en todo el mundo a la vez, yo empezaba el proceso de desintoxicación que me tiene en la absoluta sobriedad.

Uno de los legados más grandes que la Escuela de Artes Dramáticas de la UCR me ha dejado fue la exposición constante a la marihuana como un instrumento de vida. No la cogí ahí, no me la ofrecieron ahí, fue ahí donde la apropié y donde, tras sentarme entre dealers y compas que necesitaban moverla para pagarse las cuentas, formé parte de aquél grupo de artistas en potencia que hacían de la planta de poder un hábito cotidiano. A la fecha tengo pena de la cantidad de actividades a las que fui a algún encuentro con la consciencia acrecentada, la verdad. Porque la o las otras personas no tenían por qué tolerar que yo le llegara fumada de la misma forma en la que una no espera que le lleguen tomadx a ciertas reuniones. ¡Pero bueno! Lo hice propio y lo he defendido quizás ya por unos...6 años seguidos. ¿Para qué dejarlo ahora?, me pregunto.

Por un lado, porque es una recomendación terapéutica psicológica. Y, por otro, porque necesitaba algo de peso para deshacerme de un hábito más, como me he quitado el café, el cigarro de tabaco, los productos animales y sus derivados, la cafeína en todas sus formas, el gluten, la yuca y el consumo elevado del alcohol.

Simplemente se va aquello que no controlo, y en ese sentido la lucha no ha sido sencilla, porque, justo cuando me contemplaba hacer del camino de ayahuasca mi vocación, viene la vida y me lo arrebata.

Exagero. Nadie me quita nada. Yo cedo mis decisiones ante las impresiones de la otra gente a veces. ¡Sé que es muy tóxico eso! Y, en este caso, postergo mi camino activo de la ingesta de plantas de poder para tratar de ser la vibración exacta de lo que esas plantas logran desde su magnánima conexión con la naturaleza que las compone.

Es mucho, ¿verdad? ¿Es acaso cierto que eso es posible?

La verdad es que siento mi cuerpe diferente. No sé si es lo mucho que me he puesto a correr, tal Forrest Gump, a manera de sobrellevar los recuerdos de abuso de mi infancia que se instauran de nuevo en mi memoria conforme viajo en la guía psicoterapéutica que me acompaña. O si tal vez es la lucha contra un estómago que me ha cerrado muchas puertas por ser más abultado de lo que la gente quiere ver, en realidad. Y cómo he interiorizado esa gordofobia al punto de no amarme. O cómo todas las múltiples huellas de violencia intrafamiliar y social por existir como este ser fluídx en términos de sexualidad, género, vocación y espiritualidad me ha marcado de forma tal que me ha costado acercarme a lo más íntimo de mi cuerpa física.

Conforme muto nuevamente a una versión algo aburrida de mí misme, esa que toma agua y hace ejercicio a diario, me pregunto si duraré en estas dinámicas. Y en eso la necesidad de sol, la frescura que me aporta el viento, la liberación que siento en la montaña y la fluidez de los ríos ticxs me dan la esperanza de que vivir anclada en esta vida durante épocas de pandemia y encierro tiene algún propósito. Me he colgado de las llaves del sax por no soltar esa parte de mí que constantemente persigue sus sueños. Doy un paso tras otro conforme crezco en el triatlón por callar una mente que hace mucho he identificado como ese talón de Aquiles que, en un estado de balance, puede ser provechosx en diálogo con gente paciente y constante.

La pereza de predicar que la vida en deporte y sin drogas se siente bien es mayor a la que me posee cuando escucho algún fundamentalista de cualquier índole. No viene para nada por ahí la cosa. Muy al contrario, la primera que se da pereza soy yo, es mi punto, porque esto de estar comprando ollas y aparatos en Pequeño Mundo para instaurarme en un lugar fijo y hacer de mis días un constante despertar para trabajar y dormirse ciertamente no es lo mío. No estoy pudiendo con eso, y a la vez acepto lo que me baraja la vida en este momento, como siento que está mucha de la gente del mundo, y hago lo que puedo con lo que tengo.


No pretendo hacer ver que mis múltiples privilegios, aún como persona no binaria centroamericana sin salario fijo y sin familia establemente presente, sean de una carga mayor a la que enfrenta muchísima gente todo el tiempo. Necesito soltarme un poco aquello de lo que cargo es la cosa, porque este lugar siempre ha sido un registro del camino por el que ando, y porque desde hace mucho que no encuentro un ratito de paz suficiente como éste para parar y decir:

¡Mae! ¡QUÉ MIERDA! ¡Sigo mutando al punto que ni siquiera sé cómo reconocerme ya! ¿Adónde se fue mi pareja? ¿Adónde queda mi casa? ¿Qué se hicieron mis amigxs? ¿Cómo era eso de que yo hacía teatro? ¿Qué partes recobro y cuáles otras dejo que fallezcan?

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