Costa Rica no es la que yo pensaba - Escrito incompleto

Esto no es un escrito sobre la desilusión personal como parte que formo de la comunidad LGBTQI ante las repercusiones de la candidatura presidencial de Fabricio Alvarado. Debería y podría serlo, pero no será sólo eso.

Durante 34 años salí a lo sumo un mes o dos a la vez de Costa Rica. Viví en las montañas de Guadalupe en un lugar a quien muchos les da pena llamar por su nombre. Mata de Plátano rápidamente se bautizó El Carmen. Conforme iba creciendo mi cuerpo, también crecía mi barrio. Lentamente los dos. Pasamos de una calle de lastre sin transporte público a una carretera nueva y debidamente marcada gracias a los fondos públicos que alocó cierto candidato presidencial para poder acceder a su finca personal de manera decente. Al menos eso es lo que dicen.

Foto de Jose Meza en Panoramio.com descargada 3.23.2018 de Tripmondo.com. (Así funciona este mundo ahora)
Así, yo crecí entre ríos y riachuelos; entre vacas, mozotes y carreras de caballos. También crecí en medio de un Rohrmoser pasado por delitos menores y mayores a los que yo conocía en mi pueblo previo. Fui a escuelas privadas mientras escuchaba críticas y chistes de las públicas. Eso, por cierto, ya no lo comparto de ninguna manera. Compartí con gente de todo trasfondo social y cultural - gracias a mis privilegios, pero también a la falta de alcance de la clase a la que me enseñaron contundentemente que pertenecía. Crecí pensando que Costa Rica era un lugar sumamente culto.

Yo me creí tanto el cuento de que Costa Rica era un lugar precioso que, por voluntad y gusto propio, comencé a dar tours a pie por San José centro. Era una oportunidad para ganar plata y transformar un poco el turismo vano gringo mientras le mostraba "mi ciudad" a viajerxs. Nada me ha dejado más claro el posible discurso sobre Costa Rica que eso. Para ese entonces la anti-/des-/de-colonialidad ya me había calado la miseria de levantarme muchos velos y sesgos sobre la manera en la cual vivimos. Por ende, ni siquiera por dinero que me daban por entretener grupos de gente podía mentir sobre las realidades de mi país. En realidad, se trataba más sobre llevar a cabo una lucha decolonial en la práctica y no sentirse mal por lucrar en el proceso. Recuerdo una mujer ricachona que terminó el tour temprano porque la visita a la rampa de emergencias del Calderón o a comerse una tortilla donde Tala en el Mercado Central no era necesariamente lo que estaba buscando. Estoy segura que más de una pareja salió en pantalones cargo y cámara en mano a toparse conmigo sin expectativa alguna de que les recetara tantos datos sobre los mayores casos de corrupción de nuestros gobiernos o la ridiculez del nombre del ferrocarril a un Atlántico que no vemos. La queja usual es tener que caminar entre tantos habitantes de la calle o llegar a un Barrio Chino que no va más allá de su fachada. Había muchísima tela que cortar sobre la idiosincrasia costarricense.

En algún lugar en Kenya me di cuenta que la pobreza extrema no la conocemos. Que el reportaje de La Nación sobre la señora que no come más que arroz, frijol y huevos ancla un vendaje a nuestra concepción de pobreza física que nos impide comprender las realidades más extremas del mundo. Luego recuerdo que el periodismo en Costa Rica permite un juego de poderes, influencias y dinero que no es usual en comparación con posibilidades en otros lugares.

Nada de esto lo aprendí sola. He podido dialogar sobre lo que he vivido con gente en Tiquicia que me ha abierto los ojos sobre el alcance de lo que he visto. Parte de lo que viví en Kenya lo razoné en Nepal, de hecho, mientras un indígena nepalí gurung me confrontaba con lo que sería una lección sobre egoísmo y orgullo.

Poco a poco se me ha ido rompiendo la burbujota. Como cuando pensaba que manejar en Costa Rica podía ser violento, tedioso, pero no imposible y hasta grato, a veces. Y luego llegué a Delhi, una ciudad que suponía ser meca del caos vial.


El golpe que recibí al pasar de peatona a conductora de motocicleta en Hrishikesh y Kathmandu no fue físico. Literalmente se siente un golpe en el alma al descubrir que los niveles de violencia que apropié durante 16 años como conductora de carro y moto en Costa Rica son propios del lugar donde viví y no del resto del mundo. ¿Cómo es posible manejar tranquila entre tanto aparente caos visual en India y Nepal y no poder hacer ni un 3% de lo mismo en Costa Rica cuando voy bajando de Sabanilla a San Pedro o de la UCR a Pavas? Los gritos de hijueputa, malnacida y cuanta creatividad insultiva se permite de un carro o transporte común cualquiera a otro en Costa Rica son extremadamente violentos. Eso decimos que lo sabemos.

¿Realmente comprendemos eso?

Ese nivel de violencia cuando "se le atraviesa un taxista" o "se le mete una moto" van más allá de los niveles de estrés que se manejan en otras partes del mundo. Mi idea no es criticar cómo hay algo mejor afuera y nos podrimos adentro. No pretendo ni quiero ser ni hacer eso. Al contrario, busco poner en perspectiva los golpes que como costarricense he sentido al aprender que lo que construimos juntes como sociedad va en contra de lo que alegamos como nuestra propia naturaleza. No es posible la lucha que se está dando para evitar que un hombre en un chinamo me trame de por vida como lo hizo aquél a la salida del bus de Pavas en la Caja. Venía del colegio una vez en uniforme de escuela buscando mi camino en bus público a clases en el centro cuando un tipo me dice "Uy, mami! Qué rico estirarle esas teticas!" Lo lloré finalmente en alguna parte de los Himalayas, cuando me di cuenta que no está bien lo que sentí cuando por primera vez alguien me hizo caer en cuenta que mi pecho no era el mismo con el cual hacía bolas de tierra en Mat'ePlátano. Si algo tan "pequeño" como eso me tomó más de 20 años, ¿cuánto tiempo toma sanar que la toquen en la calle como me reclama aún la francesa que llevé a comer a la Plaza de la democracia y dos tipos le tocaron, cada uno respectivamente, una nalga? Decían que Delhi es imposible de transitar sin que la miren lascivamente o abusen por ser occidental. Habrá sido la ropa que me puse encima para taparme del smog, pero en ningún momento sentí lo que temía cada día al andar a pie en el boulevard de la Avenida Central.

Costa Rica no es lo que yo tenía entendido que era.

Nunca durante el tiempo que estuve creciendo físicamente ni luego cuando lo hice intelectualmente a nivel universitario escuché a alguien defender nuestra soberanía. Era una de esas cosas que se dan por sentado. Ahora resulta que es la causa de muches. Sé que hablamos mucho de democracia, como cuando la comparábamos a Venezuela, Cuba, China o Corea del Norte. Pero el término soberano nunca fue excusa para pensar en que me podían tirar el carro encima cuando cruzara una calle para decirme playo y que mejor me muriera. Estoy más cerca de ser un playo según como me miran heterocéntricamente, por lo cual lo cuento en primera persona. Pero mi reflexión no pasa por los crímenes de odio que están latentes ahora o los que analizábamos sobre EEUU en la clase de ética o los cursos más progres de la Universidad de Costa Rica. Para mí es que realmente yo crecí pensando que en Costa Rica se podían hablar las cosas. Que, aunque supiera realmente al visitar el Museo Nacional que la eliminación del ejército fue una táctica política conveniente en el 48, la pereza y resistencia de les costarricenses en pensar militarmente conllevaba a un ambiente de paz que nos era igualmente provechoso. Igualmente en el sentido de que todes compartíamos, al menos, ese sentimiento de aprovechamiento por la paz que se había construido casi milagrosamente en un mundo en donde es una enorme excepción no tener fuerzas armadas. Luego salgo y me doy cuenta que la riqueza de las familias que se han hecho la mayor guaca en Costa Rica gracias a múltiples casos de corrupción o por mérito hereditario propio ni siquiera se comparan al ingreso menor de los sectores más bajos del 10% más rico de algunas naciones algo pobres. Es decir, que la robadera o la opresión interna a causa de un estatus de riqueza monetaria en Costa Rica ni siquiera ha valido para más que para vivir como el latifundista mejor acomodado. Pero hay gente con continentes enteros echándose encima cantidades de dinero que alguien como yo, de un país de 4 o 5 millones, tiene dificultad en comprender ante territorios de 200 a 300 veces eso. Son cifras inconcebibles para una mente pequeña de un país igualmente limitado territorialmente.

Entonces extraño las frutas en la mañana de la feria del agricultor por mi casa o la posibilidad de ir en 4 horas al Caribe o al Pacífico Norte y, aunque no dejo de pensar en lo mucho que no son las mejores condiciones ni para quien vive cerca del Four Seasons como para quienes habitan el Pacífico centro y sur, al menos en Costa Rica me puedo comer un buen banano, mango o papaya cuando me de la gana. Pero inclusive eso es difícil de compensar cuando me doy cuenta que Kenya tiene básicamente contadas tradiciones culinarias porque todas han sido legadas a sus propios procesos de diversas colonizaciones. Ahí, el achiote, pimienta y sal en las verduras para hacer el casado se cae tanto como se hace chiquito ante las múltiples especies de Asia u Oriente. No los puedo botar, porque son míos, tanto como el concepto de nación que apropié para justificar al menos un leve sentido de patriotismo que hoy juega en contra de quienes no comparten la costumbre religiosa de pagar por prédicas o cotizar más a una iglesia que a la Caja. Pero ¿por qué hay 14 diputados en sillas en la Asamblea en el mapa del futuro con un candidato sin TCU en la daga que cuelga de una Costa Rica hoy al lado de un EEUU con Trump como presidente? Yo prometí que esto no iba a ser sobre Fabricio. Y no lo es, porque todas estas mentiras que creíamos verdaderas sobre una Costa Rica con demasiados remiendos necesarios se han construido a lo largo de muchísimos años de hacernos la vista gorda. De ver a Franklin Chang y los logros en el TEC y pensar que competir a algún nivel contra universidades como MIT y la ETH de Zurich nos salva de ir a la pulpería y odiar al "nica" que está comprando almojábanas. "Porque nosotros no somos así; aquí no tenemos un Somoza ni el problema de guerrilleros" nos creemos mientras pasan armas, drogas y gente en una costa que no tiene mayor esperanza ni visibilidad en la Asamblea.

Es decir, yo me largo buscando un teatro con más tachos y me encuentro que la cosa es más grande que eso. Va más atrás y es más profunda. No para en Riteve con los recuerdos de la mufla que casi se le caía al carro de mi tata en los 90s. No para con la alza de los marchamos en el gobierno de Chinchilla. Y sí, lamentablemente es una sociedad que sí dialoga con energías renovables, una mujer presidenta en su trayectoria y un sector turismo que, aunque tiene endeudados los parques nacionales, refugios de vida silvestre y reservas biológicas hasta las orejas, defiende su biodiversidad nacional e internacionalmente como mejor puede. Y no le va tan mal, pareciera, al hacerlo. ¿Qué más nos queda que eso? Seguir compartiendo los videitos del tucán colorido para que los gringos vengan a pensionarse, disfrutar el copo en el puerto como churchill con frutas que mejoraron los colombianos, seguirse dando las vacaciones de Semana Santa que tanto se merecen (con latas de atún o no) y...¡diay! cruzar los dedos porque Fabricio no quede. O que quede y lleve los valores de la familia y los derechos humanos hasta donde le de la gana. Porque, la verdad, yo ya hice lo que pude. Yo ya me fui, antes de que esta vara estallara, porque ya 34 años fueron suficientes de estar en un mismo lugar pulseando ser quien me gustaría ser sin encontrar espacios físicos ni intelectuales lo suficientemente apoyados como para hacer surgir el arte literario o teatral a lo que me gustaría verlo. Al hacerlo, me encontré con un mundo - increíblemente diverso - donde tuve que sentarme en un zacate a explicar quién es Jesús y la virgen. Porque nadie les conoce ni saben de qué se trata. Porque mientras "mi país" está en crisis a punto de potencialmente dividirse irrevocablemente por cuestiones de religión católica y evangélica (entre otras), hay quienes viven su cotidiano sin conocer cómo se usa un rosario, quién es la Virgen de los Ángeles y cómo se murió ese cristo por el cual algunes pelean. Hay gente que no usa tennis ni zapatos cerrados para ir a trabajar, que escupe más veces en la calle de lo que usted en medio Paso de la Vaca jamás habría visto en términos de gallos, que no saben lo que es un salchichón o la señora que come papaya en la cinta de un hombre cuyo nombre quizás jamás pronuncien. Y así viven. Sin agarrarse por Fabricio o Carlos, la virgen o el estado laico, porque quizás lo que les preocupa son otras religiones. Luchan por terminar las mismas causas de violencia de género como la cantidad de mujeres violadas en zonas públicas que tienen a la semana, pero si ganó Saprissa o Heredia no se arman un zafarrancho, porque esas palabras no significan nada excepto para quien quiere apropiarse de una camiseta y hacer de la violencia su hobby.

Quizás lo que quiero decir es que nos podemos tomar muchas cosas muy en serio. Podemos hacer de cuantas cuestiones queramos nuestra mayor preocupación, estrés o necesidad del mundo. Pero eso no significa que lo que a usted le consume el alma, cerebro o sus diversos cuerpos le vaya a preocupar en lo más mínimo a la persona de al lado. Menos a la que está a 3 continentes de distancia de usted. Sus problemas se acaban apenas empieza otra población con otras culturas y normas distintas. A veces hay broncas como la cantidad de mujeres que mueren por no cocinar a tiempo o por salir a la calle sin abrigo que trascienden los territorios. Es lamentable que sobre eso sólo se deban encargar las feminazis. Pero bueno...aún solas en la lucha ahí ellas están calando. Si usted se acerca, será más fácil erradicar eso que nos consume por dentro todos los días. Pero, al final del cuento, no se la tome tan en serio. Si hay algo cierto es que, procurando que la mayoría esté tranquila, su vida inmediatamente se mejora. Si no hay caos a su alrededor, no hay caos adentro. Y no sé ni por qué hablamos tanto del caos, si es parte natural de todo lo que vemos. Es mucho el miedo ya, como para estarle inventando más miedo a la incertidumbre.

No he dicho nada. Lo sé. Porque esto no es ni un pelito de lo mucho que me ha pasado últimamente. La incongruencia es una naturalidad que acepto. Aprendí a soltar la necesidad de ser congruente tanto como la tendencia a pensar dualmente.

Lo que me queda es esto; saber que si usted cree que me quita el derecho a ser lesbiana, bisexual, queer, mujer, persona no binaria, a casarme con la mujer que admiro y me nutre el corazón, yo no me voy a morir. Al menos tengo el privilegio de no pasar por eso. Pero la sociedad que usted construirá defendiendo valores que según su dios, que no es el mío, son pecado, no será más funcional que la de Suecia, Irlanda, Dinamarca, Nueva Zelanda, Noruega, Finlandia, Portugal...¿sigo? Que defendiendo un valor como la familia, que familia tenemos la enorme mayoría, se centra en una construcción social de una forma de existir. Una - de tantas posibles. Y que eso está bien, para usted y para su gente, pero no es la manera del otro que se sienta al otro lado del pasillo del bus cuando usted pretende llegar de Multiplaza a Yamuni. Imagino que no muches harán ese trayecto en bus público, porque la mayoría en ese viaje suelen pasar en carros último modelo a 100 por hora para llegar a pegarse a un peaje cuyos principales accionistas son un consorcio español y otro italiano. Pero bueno, mi punto es que, aunque Fabricio no lo mencione cuando le pregunten por las provincias y Carlos haga un mejor trabajito en enlistar más problemas de lo que puede resolver una administración galáctica en tiempo récord, los problemas de una tiquicia que se ignora son mayores a los que podemos enumerar en un video de 15 minutos. Y eso que estoy subiendo el rango de atención visual en redes sociales entre 3 y 5 veces a su alcance verdadero. Realmente ni siquiera sé a quién le hablo, si es que alguien sigue leyendo esto. El despelote es tal que no se explica ni su propio sinsentido.

¿Qué hacer ante tanto circo mal planeado? Comenzar por revisarse sus propias acciones. ¿Cómo está usted postergando una sociedad menos inclusiva por medio de lo que piensa? ¿Cómo ha dejado que sus creencias personales y religiosas se salgan de lo que debería quedarse en su cabeza o en su templo? Porque no se trata de conquistar el mundo y reformarlo. No se trata de colonizar encima de lo que ya nos colonizaron los españoles cuando violaban a las mujeres de estos territorios para llamarlas con cuanto nombre se les ocurriera. No se trata de violentar a alguien y llamarle machorra o prostituta. Ni siquiera se trata de pensar en alguien y decirle demócrata, liberal o fundamentalista. Se trata de ver cómo hacemos para salir de lo que claramente es una crisis de un sistema neoliberal que se funde en su propio incumplimiento de sus no santas promesas. Y hacerlo más allá del domingo de resurrección hacia un domingo cualquiera. Como el lunes cuando va estresadx para el brete y se le clava alguien al frente o el martes cuando no tiene un cinco porque no se acerca la quincena y tiene ganas de matar a alguien. Ser mejor que lo que ve a su alrededor comienza por cambiar su mirada y darse cuenta que usted tiene demasiado por trabajar antes de poder siquiera sugerirle a alguien lo que puede o debe hacer. Comienzo conmigo, obviamente, y este escrito que no es más que una masqueadera a algo que pretende llevar de alguna forma a eso.

Fin del discurso.


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