Una semana menos de brete

Se va una semana de trabajo intenso.

Hacer teatro, musical, infantil, en Boston - se convierte en un check en mi lista de metas (quizás sueños) a lograr en mi tiempo acá.

Una amiga de mi alma me recuerda lo que significa poder dirigir en inglés. Como un recordatorio de los privilegios que me tengo gracias a la manera en la que he crecido.

Estoy lista para ser la mayor expresión de mis talentos y capacidades.

Esta semana compartí con 9 niñes entre 5 y 13 años para hacer teatro musical. Para quienes hacen teatro, eso implica saber lo mucho que una crece en esos procesos. Para quienes no, quizás les pueda compartir unas cuantas gotas de lo mucho que se expande el corazón en una muestra de una hora al final de un proceso que, inevitablemente, está cargado de muchísimos momentos de absoluto crecimiento.

En una parte del musical, me pareció apropiado coreografear una batalla entre lo que fueron dos bandos delineados por el guión. Hacer teatro sin divertirse en el proceso es como cocinar para el trabajo un lunes por la mañana. No sólo del apuro y la obligación se pueden hacer las cosas. Aproveché, entonces, para hacer lo que más me gusta: jugar a manera de crear. Sin exageración alguna, en máximo 15 minutos vi a 2 grupos de 4 niñes cada uno montar una coreografía original, divertida y retadora desde la franqueza de su nítido ser. Eso no me lo dejó ninguna clase de danza, música, movimiento o yoga en la vida. Eso lo rescaté de un libro que decía que el juego libre es la mejor fuerza creativa que puede haber. Y la observación de saber que la energía de ser nítidamente niñe vence, en su mayoría, cualquier fuerza creativa adulta que ha sido condicionada por la historia del ser.

Cierro la semana con dos obras bajo la manga, con las caras de 9 personas que irradian felicidad mientras alzan sus brazos ante una audiencia mucho mayor a la que jamás pude esperar. Cierro un ciclo con el reconocimiento de un proceso bien hecho y el agradecimiento de todo lo que se me puso en el camino a manera de aprendizaje para poder llegar acá.

Hoy fui a quitarle unas matas a una gente en una casa de ricachones en un lugar a unos 20 minutos de casa. Es como arrancarles la pereza, de cierta forma, para devolverles energía (ojalá algo así como la zen) a un espacio que no lucha por estar. Tras 6 días de dirección teatral, tener el permiso de entrar a una propiedad sin cercas para arrancar matas me deja una paz enorme en diversos cuerpos. Medito mientras escucho cantos. Dialogo con plantas que imagino existen con enorme fuerza en un lugar bañado por agua, sol y muchísima paz. Doy gracias, finalmente, por poder ser esta persona que sabe interactuar con gente famosa, capaz y profesional, tanto con la humildad de saber que trabajar la tierra no puede jamás dejar de ser trabajo digno en este mundo. Levanto la mirada al planeta y me siento en la energía de la conectividad espiritual que me permite saber mi lugar en este orbe. Aprendo a perder contra la avispa que me pica en el cráneo haciéndome hinchar. Aprendo a rendirme ante las lecciones que me da la naturaleza, porque las que me han compartido humanes ya bien me han condicionado a honrar.

Sigo con mis empresas. Hacer negocios ahora únicamente son caminos para cumplir mayores metas y sueños. Se siente bien, al final, recibir el empuje de profesionales músicos en estas latitudes que creen en mis ideas y capacidades. Talento, quisiera aprender a reconocer. ¡Cómo cuesta reconocerse en toda su capacidad!

No queda más que agradecer, continuar, caminar y luchar.

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