Irse de Costa Rica por tercera vez

Esta vez volver a Costa Rica me devolvió más llena.
Es curioso, porque en realidad fui a terminar de vaciar.

Finalmente pude entregar las llaves de lo que fue mi casa durante una década o un tiempo similar.

Eso implicó terminar de vaciar 3 cuartos (todos con clósets arriba y abajo, tan amplios como para haber hecho de ellos un almacén casi infinito de cosas), 2 baños, una sala-comedor con estantes, libros, muebles y demás cosas y un garaje en el cual hace rato no se parqueaban más que una o dos motos. Es decir, otro espacio de almacenamiento considerable. Digamos que el jardín del frente y el de atrás debieron quedarse como áreas cuyos objetos irán directo a la basura una vez que se hagan los trabajos que la casa necesita para ponerse a alquilar.

Viví sola, con parejas, con roommates...

El proceso de limpieza y desapego fue considerable.

Muchas de mis cosas las he regalado o vendido por sumas ridículas.

Hoy me quedo con un bulto y algunas cosas bajo el cuido de personas espectaculares.

Hoy oficialmente me quedo sin domicilio fijo, como el nombre del restaurante cuyos postres no pude probar en Escazú.

Lo anterior es meramente contextual. 

Aún cuando todos o la enorme mayoría de mis bienes se fueron entre lo que recogió gente que nunca vi en las afueras de mi casa o gente a la cual le servía lo que le daba, yo me quedo repleta. Con esta visita, supe que mis prioridades eran compartir con quienes han estado presentes y atentxs de mi vida en un año en donde estuve errante y/o ausente de manera física. Compartir con gente, aunque fueran 30 minutos o 15, se convirtió en una apreciación que quizás antes ignoraba. Antes de conocer Boston, por ejemplo. Y antes de darme cuenta que la apertura de corazón, la capacidad de empatía y desligue egocéntrico no sólo es una posibilidad, sino una realidad que puedo ir forjando en mi manera de vivir mis relaciones.

Irónicamente, encontré la comprobación vívida de que la familia sanguínea da por sentado lo que la forjada socialmente lucha por conservar. Perdí un hermano que se niega a hablarme por un pleito de bienes inmuebles. Gané 5 o 6 hermanas que siempre han estado presentes. Unas cosas se van, otras encuentran campo para asentarse tranquilamente.

No es mayor secreto que me encuentro en una época de muchísima incertidumbre, me enseña por ahí alguien. Bueno, eso es poco decir cuando se han caído todos los bastiones sobre los cuales se fundaban cada uno de mis cimientos.

"Pulpo," me encuentro diciendo, para describir las maneras en las que la focalización de mis energías se ha esparcido a más de 5 ó 6 ámbitos de mi vida. En cada tentáculo un proyecto, una idea, un sueño, una manera de pensar y ver las cosas...

Como el viento o quizás el mar, voy y vuelvo sin destino fijo más que el estar. Vinimos a este mundo a vivir, dicen por ahí. Vivir es más que suficiente, de verdad. Encima de eso, tener proyectos va sentando un rumbo posible. Nada más que eso. Abre una cantidad de posibilidades sobre las cuales la vida se encarga. Al rato suena como si dejara mucho dependiente del afuera. Es provechoso revisar los balances.

Con salir de Costa Rica por tercera vez se termina un ciclo un tanto mayor a un año calendario. Con haber vuelto marco mi salida concisa. Es paradójica la existencia misma, a veces.

¿Qué quiero imprimir con todo esto?

Quizás no haya mucho fijo. Quizás San José es una ciudad bastante fea. Quizás vivir en Costa Rica no es lo que me corresponde en algún tiempo. Quizás sí. Al irme, no obstante, reconozco que cometo el sinsentido de dejar círculos sociales de enorme apoyo. Gente linda, calurosa, abierta de corazón y de mente como para aceptarme en la complejidad de mi composición completa. Y no. Gente que no merece un tiempo y un espacio compartido en su incapacidad de mirar más allá de sí hacia las realidades de les otres. En todo caso, si algo pudiera instar en cualquier costarricense, sobre todo, es el hábito de abrir los ojos (abrirlos con el corazón) y darse cuenta cuánto apoyo y cercanía tiene alrededor en una cultura que pareciera obstinarse por romper un espacio personal restringido hacia un convivio (y choque) profundo. Es en esa transacción en donde radica muchísimo crecimiento. Sobre todo, donde encuentro enorme compañía y solidaridad que otras sociedades, según he visto o intuido, dejan de lado en aras de una sociedad mucho más "desarrollada" tecnológica o mundialmente. Suena a basura. Como si una cosa no tuviese nada que ver con la otra. Suena a un lente que, inevitablemente, gracias a la experiencia que compone ahora mi vida, me permite ver las cosas de esta manera.

No creo que tenga más que decir o escribir por ahora que eso.

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