Por qué la maratón de Boston me posterga la esperanza

Ayer fui con Jimena a buscar a Ula, una mujer entre 50 y 54 años que conocimos en una boda junto a su pareja Eve. Se suponía que la íbamos a apoyar mientras ella corría cerca del centro del pueblo más cercano a aquél donde vivimos. Ula se nos fue; nos pasó por en frente y no la vimos. Lo que sí vimos fueron millares de millares de personas corriendo. Era como ver un cardumen de truchas nadando en cataratas de agua fresca. Lo impresionante de ver esta maratón es la cantidad de gente tras otra que fluye en un mismo ritmo por una misma calle haciendo ejercicio. La diversidad de quienes corren es impresionante. Vimos a una mujer no vidente correr de la mano de su guía. A más de cien hombres mayores con más fuerza en su corazón que los músculos de mis piernas. Vimos madres abrazando a sus hijes y sobrines al lado de la carretera mientras le daban un banano o le abría yo una bolsa de proteína a una completa extraña que buscaba mi confianza. No se trata de las camisas Nike o los patrocinadores y los gimnasios detrás de corredores profesionales que llegan en su mejor condición a romper récords. Claro que hay mucho de eso. Hay de eso tanto como el privilegio de poder estar en una ciudad gringa un fin de semana entero tras pagar entre 180 y 240 dólares de registro. Aparte del tiempo de clasificación, está el costo de hospedaje, transporte, alimentación, equipo, etcétera. Y aún así saber que corre tanto la maestra con un rótulo en la camiseta que dice "Yo creo" como el adulto mayor con la frase "nunca es tarde para crear un sueño nuevo y alcanzarlo".


Hace mucho Boston me fuerza a reconciliar la idea de vivir rodeada en privilegio e intercambiarlo por alguna otra cosa. Aprendo, entonces, a extender la mirada más allá de eso. No significa obviar las cosas. Al contrario, se traduce un poco a maniobrar el mundo a una mejor conveniencia. ¿Qué quiero decir con eso?

Quejarme del costo y la riqueza tras un evento de éstos me restaría el goce de ver muchas cosas. Como el rostro cansado de una mujer que desconozco que obtiene un respiro cuando le grito "¡Fuerza!" Perderme el hombre negro que baila a manera de mover su cuerpo porque ya las piernas no echan. O recibir el abrazo de alguien que se muestra feliz por nuestra sola presencia.

No pretendo obviar jamás que Estados Unidos, Inglaterra y Francia bombardean pueblos en un país que desconozco cuya historia es desgarrante. No puedo obviarlo. Pero gano más saliendo a apoyar un mar de gente que corre que posteando una foto de niñes bombardeados en medio de una crisis de un presidente cuya existencia no puedo borrar ahorita. No sano el mundo cambiando paredes de casas gringas en Texas en vez de estar construyendo el orfanato con el cual sueño en Kenya. Pero lo cambio más abrazando un perro amarrado tras la casa de una niña cuya pared estoy levantando que sentándome en mi sala a escuchar a Trump decir estupideces. Lo he dicho antes y lo repito; desde tempranito decidí no tener el estómago para incurrir en política. La mía es la diaria; la política de mi cuerpo, mi sexualidad, mi género, la sociedad que me construyo y heredaron a mi lado...

En Texas conocí más mujeres que hombres. Nadie cuestionó un solo momento si 6 mujeres podíamos construir y destruir 3 casas. Nadie dudó que pudiéramos manejar, cortar materiales, levantarlos, jalarlos...hacer con ellos lo que fuera. Tampoco vi a nadie esperando afuera a que pasara alguien para gritarle un piropo. Digo...porque el trabajo de construcción no va de la mano con el acoso callejero. A veces nos acostumbramos a creer que una cosa implica la otra. Y aunque el nivel de educación quizás era diferente, el contra social también forja otra cosa. Digo...sirve saber que la norma es la no aceptación de la violentación de las cuerpas en vez de tener que argumentar por qué no está bien la cosa.

A lo que quiero llegar con todo esto es que no sólo me he estado rodeando de mujeres maravillosas; como la dueña de una casa de latas donde viven 30 niñes a costa de...¡ni sé! Una fe, creencia o esperanza. A costa de una mujer que les saca adelante porque sabe y cree que puede, a pesar de no tener trabajo ni alguien que la mantenga. Como las 3 mujeres en Kenya que cocinan, lavan, dan clases, gerencian y dirigen una casa con 20 chiquites. Como la azafata que comandaba la cabina de un avión haciendo reir a medio mundo o la mujer hindú que tiene 4 trabajos a nivel nacional en
Shosho. Tomada de InuaMimiRescueCenter.org
EEUU como parte de una junta de bien social y cepillaba paredes conmigo en Texas. La técnica en veterinaria que también hace de guía turística en viajes de lujo pero ponía pisos conmigo en medio de sus vacaciones. Las 5 o 6 jefas del programa de voluntariado de menos de 40 años que tienen a cantidad de gente como su edad haciendo funcionar servicios completos de reconstrucción de casas en toda una región completa. Finalmente, también está la señora madre que me tengo y la madre del tío de Jimena. Una rockeando fuerte y la otra enfrentando sus últimos días antes de la muerte. El mundo está lleno de mujeres fuertes. Inteligentes, académicas, sin estudios, con privilegios y sin ellos, con derechos y sin ellos, con gente que las apoya y sin nadie que las defienda. Porque al final la vida es un poco eso. Algunes tenemos mientras otres pierden. ¿De quién me rodeo yo y en qué invierto? No puedo sanar el mundo ni las injusticias que existen. Puedo sanarme yo y ayudar a mil gente. No pido millares. Ni siquiera pido una. Pido el esfuerzo de intentar, siquiera, tocar a otres e intercambiar. ¿Cambiar qué? Lo que hablamos, cómo decimos las cosas, la mirada y el enfoque. Centrarse en positivo sin dejar de ser realistas. Ni siquiera es positivismo puro, me decía yo anoche; el sentarse en una calle y gritarle apoyo a la gente. Es vida, pensaba. Es la vida que escojo cuando decido rodearme de la esperanza activa de saber que hay miles que nos une, como las sonrisas sin querer cuando algo inesperado pasa o la disculpa inmediata cuando golpeamos a alguien sin querer. No sé por qué hay gente que ha perdido eso. Yo no. Me niego a hacerme la roncha para que no me importe lo mal que estamos. Pero no me centro en eso. No me centro en este gobierno, contra el cual no puedo luchar en la Casa Blanca. Me centro en su gente y los movimientos que me dan la fe y la prueba que podemos seguir
Lucy, Pauline, Grace y Francis. Tomada de moco2makuyu.org
brillando antes o hasta que se vaya todo a la mierda. Alguien me decía que eso es fe ciega. No tengo el contra argumento teórico suficiente. Cuando esa persona vaya a Kenya y vea a un güila aprender a nadar con cada fibra de su cuerpo dándole las gracias, quizás comprenda por qué me cierro empedernidamente en que en esta vida tenemos más gente dispuesta a vivir mejor de la que intenta matarnos a punta de misiles planetariamente. Entre Putin, Maduro, Trump y cuantas dictaduras existan, no se llega al centro de los corazones de la gente que sí tiene a un Alvarado al mando. El Alvarado menos malito, por dicha. Y es ése privilegio, justamente, de los que hablo cuando digo poner mis derechos a trabajar al servicio de aquellas personas a las cuales les falta. Una no nace en cuna de oro para flotar en aguas calientes cada noche. Nace en ellas para cederlas a quien no tiene. Cómo y dónde, usted lo escoge. Pero haga ALGO, por favor, más allá de la cena de navidad que les hace a sus familiares. Yo sé que todes tenemos suficiente con la vida que tenemos. Pero hay gente que no tiene vida "decente", como dicen algunes (que eso, al final de cuentas, también es cuestión de prejuicios, a veces). Fijarse en si alguien usa drogas o si hay corrupción y otra ayuda o medios en su entorno son pobres excusas para no moverse.

Camino a Las Vegas me sentaba al lado de un hombre blanco heterosexual estadounidense de derecha. Cometí el horror de permitirle una conversación. A pesar de su voluntariado en Guatemala, justificaba los casos de corrupción en América Latina como razón principal para el tercermundismo (literalmente) que su cerebro permite concebir en el ordenamiento del mundo. Ya para mí aquí el debate fue suficiente. Mientras buscaba cobija en mi libro, no pude evitar hacerle saber que su discurso, a pesar de su práctica en el servicio de benevolencia en Centroamérica, no sólo es contrario a muchas de mis posturas, sino que permite un portillo de excusa, porque no es más que eso, para que mucha gente crea que no se puede hacer nada. Sentarnos y decir "bueno, pero es que todas las ONGs roban" o "de por sí ya hay gente haciendo eso" o "yo ya tengo suficiente con lo que tengo que hacer" sólo permite que nos aislemos. El aislamiento es causa primordial de muchos males de este modelo de socialización en la que vivimos; donde a una mujer la violan y la vecina mejor cierra la puerta y no se mete en esa bronca más que para el chisme del cafecito de la tarde con sus amigas o familia. En vez de ayudar con su presencia, apoyo o denuncia a que se acaben muchos ciclos de violencia. Es difícil, comprendo. Porque hablo en general de circunstancias puntuales que traen muchísimo más de fondo de lo que un blog comprende. Así de difícil es verme en la maratón discutiendo con mis adentros todas las carajadas que he visto pasar en el mundo en estos últimos 11 meses.

Mi punto, quizás más breve, es que hay que dejarse de tanta vara. Busque cómo ayudar ciegamente y deje que la mente se calle. Es positivo, aprendí, dejar de darle tanta bola a la bulla mental que hemos creado como muestra de alguna actividad intelectual. No es coeficiente intelectual eso. Es falta de balance, a veces. Y muy en contra del corazón, frecuentemente.


Les dejo un video del último vuelo que tomé el viernes entrando hacia Boston. No es la parte más bonita (esa la pasé viendo atontada sin pensar en la cámara), pero igual aquí se ve la costa y es agradable pensar que hay ciudades que viven sobre agua, prácticamente.

Y bueno, para cerrar el tema, les dejo el video de la mujer que ganó la maratón. Es irremediablemente patriótico (con la controversia que eso genera), pero también es ver a una mujer que gana la maratón, al final de cuentas:



¡Feliz tarde!

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